La vida tras las rejas de Nestora Salgado, líder comunitaria

Por Gloria Muñoz Ramírez
Desinformemonos
17 de marzo de 2014

Nestora Salgado García habita un mundo oscuro con luz artificial día y noche. Pasa sin ver un rayo de sol hasta 15 días. No tiene contacto físico con nadie, pues sólo se le permite un abrazo y no puede tocar a su hija ni a su hermana cuando la visitan. Y ni las celadoras le dirigen la palabra. En lugar de las cuatro horas de visita cada 12 días a las que tiene derecho, le dejan libres sólo dos horas y media, luego de que sus familiares pasan el viacrucis de las revisiones. No tiene el medicamento recomendado para el problema de columna que padece desde 12 años. Nestora vive en prisión el castigo a su valentía.

Nestora es una luchadora social, una líder comunitaria que denunció en voz alta y sin reparos las complicidades de las autoridades municipales del municipio de Olinalá, en la Montaña de Guerrero, con el crimen organizado. Su papel como coordinadora de la Policía Comunitaria le fue conferido en asamblea. El cargo al frente de esta iniciativa legítima de procuración de justicia, reconocida por el propio gobierno de Guerrero, la llevó a ordenar, el 16 de agosto del 2013, la detención del síndico Armando Patrón Jiménez, acusado de abigeato y de presunta participación en el asesinato de dos ganaderos. El funcionario local fue trasladado a la Casa de Justicia regional para ser procesado por un sistema comunitario legitimado desde hace 18 años en la región. No se trata de un aparato de autodefensas, sino de todo un sistema de vigilancia, procuración e impartición de justicia comunitaria, al que el gobierno del estado le confiere legalidad e incluso apoyos económicos.

Sin embargo, la detención del síndico provocó que personas cercanas a él la acusaran de secuestro. Cinco días después llegó la fuerza del estado a bordo de 15 vehículos militares. Los miembros del ejército la entregaron a la Marina Armada de México, luego la subieron a un avión e inmediatamente después Nestora vería abrirse las puertas del penal de Tepic. Horas de incertidumbre sin que le dijeran nada y ni siquiera la dejaran ir al baño.

La vida en el penal es doblemente dura para una mujer con la vida y las características de Nestora. Saira, su hija, cuenta que a pesar de todo su madre se mantiene fuerte y de pie luego de casi siete meses de encierro. “Está sola en su celda, pero mi madre es fuerte y me dice que no permitirá que el martirio la mate, que no les dará ese gusto a sus agresores”.

Luego de cuatro meses de trámites burocráticos que le impidieron la visita a su madre, Saira la ha podido ver en dos ocasiones. Se traslada hasta el penal cada 12 días, cumpliendo todas las disposiciones de seguridad que le marca la prisión. A los familiares de las demás presas, cuenta, las bajan al área de visita desde las 12 o 12 y media. A ella hasta las dos o dos y media. El trato diferenciado es evidente, pues le recortan casi la mitad del tiempo para verla, que es de la una a las cinco de la tarde.

Luego de caminar por las “risas burlonas de las custodias”, Saira atraviesa los controles de seguridad. Nestora no se encuentra en el edificio en el que recibe a su hija y a sus demás familiares. A ella la sacan de la celda esposada y la suben a una camioneta. No sabe exactamente dónde está. Cuando por fin se encuentran tienen derecho a un rápido abrazo, el resto del tiempo se les prohíbe tocarse, y una mesa de plástico con el logotipo de la Coca Cola media entre ellas. La visita transcurre en una cancha de básquet bol con cinco reservados.

Luego de la visita, las custodias se llevan a Nestora esposada. Sólo ella va y viene maniatada. El resto de las reclusas va con las manos libres. “Ni a las asesinas las tratan como a mi madre”, lamenta Saira. A ella le violan todas sus garantías individuales, dice.

Nestora despierta a las cinco de la mañana todos los días para pasar su primer pase de lista. Se encuentra sola en su celda de cuatro por cuatro metros. Ahí desayuna y come y pasa el resto del día sin que las celadoras le dirijan la mínima palabra. Cuando la llegan a pasar con el resto de la población, tiene prohibido hablarles a las demás reclusas. Nestora puede hacer una llamada cada nueve días y recibir una visita cada 12, hasta de tres personas.

La mantienen alejada de las demás, no puede tener libros y, por ejemplo, del 27 de febrero al 11 de marzo no había visto la luz natural. “Con lágrimas en los ojos me dijo que era su primer contacto con la brisa”, dice Saira de su reciente encuentro. Raras veces la dejan tomar el sol una hora a la semana. Tampoco le permiten hacer deportes ni ninguna otra actividad, como a los demás. Apenas le acaban de ofrecer agua limpia, pues tomaba de la llave, que sale “hasta con piedras” y ella tiene fuertes dolores en los riñones. ¿Pastillas? Ninguna.

Nestora Salgado es la sexta de siete hijos. Se casó a los 14 años y a los 15 tuvo a las primera de sus tres hijas, a quienes sacó adelante ella sola en Estados Unidos, donde consiguió la ciudadanía porque “ni un ticket de tránsito tenía”. Iba y venía del país vecino, “siempre ayudando a la gente de la Montaña en sus necesidades”, hasta que en octubre del 2002 un accidente automovilístico le lastimó la columna y la hizo permanecer más tiempo en Estados Unidos bajo atención médica.

La representante de la Policía Comunitaria de Olinalá no es cualquier mujer. Apenas estuvo mejor regresó a su pueblo y debido a la creciente ola de delincuencia por parte del crimen organizado, decidió aceptar el liderazgo comunitario e involucrarse en el proceso. Rápidamente se destacó por su actitud determinada y por su convicción de denunciar tanto a los delincuentes como a los funcionarios que actuaran en complicidad. El costo ha sido alto, pero, insiste Saira, “ella dice que en cuanto salga libre volverá a sus tareas en la Policía Comunitaria”.

Ahora pasa sus días volviendo a estudiar la primaria, leyendo las tres “hojitas de estudio que le dejan como única actividad”. Como ciudadana americana, la embajada de Estados Unidos ha estado al pendiente de su caso, pero aun así sus condiciones carcelarias son inhumanas. “La están castigando por su lucha, por eso ella es una presa política”, insiste Saira.

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